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30/11/2020
VIAJAR A SICILIA SIN SALIR DE CASA (Primera parte)
Artículo de nuestro socio Ángel Aznárez, notario y ex magistrado del TSJ de Asturias.

En el artículo CULTO Y CULTURA, aquí publicado hace meses, escribimos lo siguiente: “La pasión de leer y los hábitos de lectura permiten pensar con la cabeza de geniales escritores. La pasión de escuchar músicas obliga a que la cabeza se “mueva” a los ritmos marcados en libretos y partituras”.
Y preguntó el autor a continuación: ¿Qué hacen, mientras tanto los no educados, sin culto a la literatura y música?¿Cómo se entretienen o defienden sin horizontes. Gran diferencia, incluso en momentos apocalípticos, entre los que disfrutan leyendo y escuchando música, y los demás. Otro gran motivo de desigualdad.
En la conferencia pronunciada en “El Ateneo” el 16 de octubre último, se señaló la profunda diferencia entre el arte de escribir y el arte de leer que exigen técnicas y estados de ánimo o mentales muy diferentes. Se dijo que el arte de escribir era compatible con un mal estado mental; se dijo que páginas memorables de la Literatura se escribieron desde una profunda depresión, angustia y/o terribles impulsos de muerte. El escritor rumano Cioran escribió: Ecrire, c´est guérir, poniendo a Dostoïevski y a Nietzsche como ejemplos de escritores sufrientes.

Nada de eso parece que ocurre con la lectura, que es un acto silencioso -también la escritura pide silencio- y de diálogo “mental” entre el lector y el escritor personalmente ya ausente; que es momento de reflexión, razonamiento y tranquilidad del lector. Un lector con depresión o ansiedad levantará la vista del libro para seguir “enredado”, obsesivamente, en sus cosas mentales: donde está la depresión está la obsesión que todo lo puede. El lector, en consecuencia, ha de tener suficiente “fuerza” para apartar de su mente los pensamientos que impiden la concentración en el texto a leer.
Es verdad lo manifestado por Vargas Llosa en el último festival literario de Berlín de que “la literatura crea ciudadanos más difíciles de manipular” y de que “la literatura busca la ilusión”, pero no se puede olvidar que, a veces, leer es difícil, muy difícil, debiendo tenerse en cuenta: a): Que el lenguaje literario puede tener características propias, que hacen de la lectura un acto difícil, de connotación y de significación precisas, necesitando el añadido siempre las grandes obras literarias de interpretación. b): Que el acto de lectura es considerado como “un proceso de creación de significado y la recepción como un componente central previsto en la constitución de la propia contextualidad”. El lector se convierte en una especie de co-autor, participando en el proceso creativo, y no siendo un mero receptor de lo escrito, ha de recoger el testigo que le dejó el autor y seguir corriendo.
Esta diferencia entre escribir y leer ha sido científicamente estudiada por la llamada “Estética de la Recepción”, de finales de los años sesenta del siglo XX, desde la llamada Escuela de Constanza (Lección inaugural del Curso 1967 en la Universidad de Constanza a cargo de Hans Robert Jauss). Muy interesantes son, por cierto, las referencias al ll amado “Lector implícito” que constan en el libro Historia de la Critica Literaria, de David Viñas, publicado por Ariel, que se refiere al libro de Wolfgang Iser, titulado El acto de leer, publicado en 1976.
Lo indicado en el párrafo anterior y lo que se dirá en el presente tienen, ciertamente un importante desarrollo científico y argumental, que no nos parece procedente desarrollarlo en el presente artículo. Simplemente añadamos que las personas, con capacidad de concentración y lectura, bien porque siempre la han tenido, bien porque la han recuperado luchando contra los “fantasmas” que distraen de la lectura, tendrán inmensas y plurales posibilidades, sirviéndose de la literatura, entre otras, la posibilidad de “viajar” sin moverse de su casa, teniendo en las manos un libro excelente y en la cabeza una inteligencia predispuesta, lo cual es, sin duda, muy interesante en estos tiempos de restricción de la movilidad por causa de la presente pandemia.

Y viajaremos a la Isla de Sicilia, con dos tipos de libros, uno estrictamente de viajes, escrito por el recientemente fallecido Javier Reverte, titulado Suite italiana, editado por Plaza Janés, 2020, dedicando a Sicilia los capítulos 4 al 8 inclusive. El otro tipo de libros –que son dos- uno titulado El Gatopardo (novela) y el otro Relatos, ambos editados por Anagrama, 3ª edición 2020, y 1ª edición 2020, respectivamente, dedicados a Sicilia, son del autor siciliano Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Se destaca la gran aportación de Sicilia a la Literatura Universal con autores como Pirandello y Camilleri, parientes y naturales de Agrigento, Sciascia, natural de Racalmuto, también en Agrigento, y Elio Vittorini, natural de Syracusa.
Se dice en la Introducción al relato La Sirena que G.T. de Lampedusa se encontró varias veces en Londres con Pirandello, considerándole el hombre más inteligente que había conocido. (A Pirandello, Sciascia y Camilleri nos referimos en artículos aquí publicados de la serie “Literatura y Ateneo”). De Vittorini, comunista, nada dijimos entonces y ahora destacamos que fue el brillante autor de Conversaciones en Sicilia, y que, para su fastidio, mucho contribuyó a que las editoriales italianas, Mondadori y Einaudi, rechazaran el manuscrito de la gran novela –eso ahora- El Gatopardo.
Antes de coger el avión, llevando los libros indicados de Tomasi y de Reverte, con destino a Sicilia, para aterrizar en Palermo o en Catania, después de sobrevolar el volcán Etna, recordaremos que el viaje propuesto va de geografía y de política sicilianas, y de eso tan “gatopardesco” que se dice en la novela (lo dice el personaje de Tancredi): “Habrá negociaciones, algunos intercambios de disparos prácticamente inocuos y después, todo seguirá igual pese a que todo habrá cambiado” (e, dopo, tutto sarà lo stesso mentre tutto sarà cambiato).
Javier Reverte se pregunta sobre antropología social: “¿Cuál es el espíritu de los sicilianos?” “Casi todos tienen un miedo instintivo a la vida”, afirma el agrigentino Pirandello. Y “Su carácter distintivo es la falta de alma”, escupe Durrel.
Giuseppe Tomasi di Lampedusa en Relatos, de Santa Margherita, que tiene nombre distinto en El Gatopardo, escribe con literatura: “En la decorada vastedad de la casa (doce personas para trescientas habitaciones) yo vagaba como por un bosque encantado. Un bosque donde no había dragones ocultos; y lleno de gratas maravillas, hasta en los divertidos nombres de las habitaciones: el “cuarto de los pajarillos”, todo tapizado de blanca y rugosa seda cruda en la que, entre infinitas volutas de ramas floridas, resplandecían, precisamente unos pajarillos multicolores pintados a mano; el “cuarto de los micos”, donde, entre los mismos árboles tropicales, se colgaban unos “titís” muy peludos y maliciosos…”.
(Continuará)
Ángel Aznárez